domingo, 31 de mayo de 2015

En Alcázar de San Juan a 15 de octubre de 2015

Estimado "amigo":
Ya que me escribe preguntándome por lo ocurrido, sepa usted que yo soy el lázaro, uno de los más pícaros que existen en el mundo, aprendiz del mundo y de la vida.
Me viene usted a preguntar sobre la reciente decisión de mi esposa y yo. Al igual que me ha preguntado, yo mismo tengo el derecho de realizar mi pregunta, que ahí va: ¿Es tan de su incumbencia?
Nadie le obliga ni prohíbe a realizarme tan suma cuestión, pero he de decir que me parece muy rastrero que tenga tan poca decencia, como para sugerirme que esté seguro de lo que vamos a hacer.
Mire señor, nosotros ya tenemos nuestra edad, y no estamos para decir tonterías, y mucho menos para cuestionar lo que uno hace o deja de hacer.
Somos muy conscientes de lo que vamos a hacer, y estamos muy seguros de es lo que realmente queremos ahora, es más, en el futuro será la decisión de la que más nos enorgullezcamos en la vida.
Está claro también que no somos la mejor familia económicamente, pues tanto mi mujer como yo siempre nos nos hemos criado de forma muy humilde en nuestras respectivas familias.

En mi infancia pasé hambre, mucha hambre...porque vivir con siete hermanos, cinco de ellos con menor edad que tú que pedía por llenar un poco su estómago, era difícil. Todo se lo debo a mi madre y a mi hermana. Ellas eran las que no paraban ni un segundo al día por traer algo de pan a la mesa por la noche. Gracias a ellas hoy en día soy lo que soy y por eso he llegado a ser esto.
Recuerdo un día, un par de años después de la muerte de mi padre, cuando cumplí los doce años, en el que mi hermana me llevó al palacio de la villa en la que vivíamos a ver a los hijo de los duques jugar en los lujosos jardines que tenían para entretenerse. Era medio día y a los niños les habían traído algo de comer e hidratarse mientras jugaban. No entendía muy bien el porqué de estar allí, hasta que mi hermana me dijo que prestara atención.
Con un viejo tirachinas lanzó una piedra a la nuca de la hija del duque, la cual creyó que era su hermano quien le había lanzado algo. Comenzó una gran disputa entre los hermanos y amigos que acaparó toda la atención. Mientras tanto, aprovechando el despiste, mi hermana se lanzó a el jardín y cogió todo lo que pudo de la mesa y rápidamente volvió conmigo. Me pareció la persona más inteligente y astuta que había conocido.
Esa noche prácticamente todos nos llenamos de suculentos manjares, y, justo antes de acostarnos mi hermana se acercó a mi y me dijo:
-Creo que a partir de hora deberé enseñarte lo que sé para que nos ayudes a mamá y a mi a sacar a delante a esta familia, por tanto mañana empezamos, buenas noche...¡Ah, y feliz cumpleaños!
Pasado un tiempo me di cuenta de que ese fue el mejor regalo de mi vida, y el que más de ha servido en ella. A partir de ese día, dejé de ser un enclenque, despistado y flacucho y aprendí de mi ejemplo de vida, mi hermana. Aprendí de ella hasta su última exhalación de aire, siempre le deberé lo que soy.
Media vida estuvimos sacándonos las castañas del fuego mientras que mi madre trabajaba día y noche de costurera en aquél cochambroso taller de costura. Su sueldo no daba para pagar todo, por eso mi hermana y yo conseguíamos que no faltase de nada a nuestros demás hermanos.


Y así siguió mi vida hasta que conocí a otra de las mujeres más inteligentes y pícaras que existen, mi mujer, que fue criada de una manera similar a la mía, por eso la admiro tanto. Con ella me casé, y con ella es con la que estoy a punto de adoptar a ese pequeño bebé africano que vosotros queríais dar al orfanato, ya que según su criterio carecía de valor solo por el color de su piel. Me parieron tan necias y mezquinas sus palabras que no les presté ni la mínima atención, porque sino estoy seguro de que hoy no tendría los mismo dientes en su dentadura.
Si tanto me valora como me dijo en su día, sabrá respetar nuestra decisión, y si no lo hace, no me importa.
Repito, no seremos la pareja más ricas para darle la mejor vida de lujo a nuestro futuro hijo, pero seguro estoy de que sabré darle algo que usted no podría obsequiarle ni al más rico de la corte española, una educación y unos valores.

Un saludo.

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